Archivos Mensuales: julio 2012

La leyenda del Cerro de Manchán (Casma, Ancash, Perú)

Cerro de Manchán

Vista del Cerro de Manchán (Casma, Ancash, Perú)

Al sur del pueblo de Casma, junto al río, se levanta un cerro de arena llamado Manchán.

Cada año en la época de verano, cuando se produce la creciente del río, del interior del cerro de Manchán salen sonidos semejantes a los lejanos acordes de una orquesta. Por eso se cree que el indicado cerro es un lugar encantado. Se dice que hay debajo una ciudad maravillosa, oculta desde el tiempo de las guerras del Inca con el Chimo-Cápac, señor de aquellas tierras.

Entre las cosas que se refieren sobre Manchán, oímos la siguiente leyenda:

Hace muchísimos años, cuando aún existía la antigua población de Casma Alta, que fue saqueada por los piratas, pasaba por allí procedente de la sierra, un arriero conduciendo una mula cargada con dos zurrones de coca que traían desde las montañas de Monzón. Antes de llegar a Casma se le extravió la mula en el monte de espinos y huarangos, con gran disgusto de nuestro hombre que la estuvo buscando inútilmente hasta que llegó al pie del cerro Manchán donde, junto al río, halló a una india de rara hermosura, de piel color canela y ojos de venado que, sentada en cuclillas, estaba lavando su negra y brillante cabellera en una gran vasija de oro que reverberaba como una patena herida por los rayos del sol.

El arriero se aproximó a la mujer preguntándole si había visto pasar una mula cargada que andaba buscando, a lo que la india le contestó que sí, que sí la había visto y, más aún, que ella sabía dónde estaba; dicho lo cual con un airoso movimiento del cuello echó su cabellera hacia atrás y cogiendo la vasija de oro se dirigió al cerro por la orilla del río.

El arriero, gozoso, siguió a la desconocida de recia musculatura y opulentos pechos, no sabiendo que admirar más: si su singular belleza o la riqueza de sus vestidos de finísimas telas con caprichosos dibujos de variados colores, además de ticpis, brazaletes y zarcillos de oro con incrustraciones de nácar, lapislázuli y otras piedras raras.

Súbitamente apareció ante el arriero, en una curva del cerro, un pórtico hecho de adobones por el que penetró su guía, quedando él admirado al ver adentro una gran ciudad, como no había visto antes ni sabía que existiera, rodeada de huertas por entre las que corría un río, y en donde también había campos de gramalote, en uno de los cuales yacía su mula.

El transeúnte, que no podía explicarse lo que veía, cogió su acémila, y dando gracias a la bella india por el servicio que le había prestado, se disponía a continuar su camino, cuando la desconocida cogió de un banano que había a la entrada una cabeza de plátanos y se la obsequió sonriendo, diciéndole que “ya tenían la coca que necesitaban” y que otra vez volviese, pero que no dijese a nadie lo que había visto.

El serrano al alejarse de Manchán quiso probar los plátanos, pequeños y finos como los “moquichos” de Monzón, que le habían sido obsequiados, cuando se apercibió, con gran sorpresa, que eran de oro macizo. Lleno de júbilo apresuró el paso y pronto estuvo en Casma Alta, donde, después de amarrar a su mula aún cargada, junto a una cantina, se puso a refrescar en ésta la garganta con libaciones de añeja chicha huarmeyana, tan sabrosa como el mejor vino que traían los de España. Los humos de la chicha lo pusieron locuaz, alegre y generoso; quiso que todos los transeúntes entrasen a la cantina a beber un trago con él y, por último, olvidándose en su entusiasmo de la recomendación de la india, refirió a todos la extraña aventura que le había sucedido horas antes y terminó diciendo: “Quiero que mis amigos beban conmigo, pues, el cerro de Manchán lo paga”.

No bien hubo terminado de proferir estas últimas palabras cuando cayó fulminado llevándose las manos a la garganta, como si quisiera librarse de la terrible presión de unas manos invisibles que lo atenazaban y lo mataron en el acto.

Los que presenciaban tal escena se abalanzaron sobre la cabeza de plátanos que el arriero había puesto sobre el mostrador para convencer a los incrédulos de lo que afirmaba, mientras otros corrían al cerro de Manchán para buscar, a su vez, la entrada a la Huaca que ocultaba tales tesoros. Mas todo fue inútil: no hallaron puerta alguna y sólo arena por todos lados, pero sí pudieron escuchar los acordes de una música misteriosa que parecía salir del cerro encantado.

Desde entonces, todos los años durante la época en que repuntan las aguas, se vuelve a escuchar en Manchán el mismo ruido y se tiene por cierto que existe allí, bajo el cerro, un tesoro encantado del gran Chimo-Cápac.

FUENTE:

— «Santiago Antúnez de Mayolo: Vida y Obra».
Editor: Santiago E. Antúnez de Mayolo R.
IBERGRAF, 2006.

Ver también en:  http://www.scenia.org/psiobservatory/antunez_psi.html