¡Oh Silfos! Invisibles mensajeros astrales...
Surgisteis de los labios del Supremo Hacedor,
para animar el mísero barro de los mortales,
con los mismos impulsos del Eterno Creador.
Por vosotros, la frente que la fiebre consume
se refresca en las noches serenas y reposa...
La vida es una rosa,
¡y vosotros, a todos les lleváis su perfume!
Atravesando el viento,
desde los misteriosos palacios siderales,
transmitís a los míseros mortales
la savia del divino pensamiento...
Y por vuestro contacto conocemos,
y en vuestro tenue soplo presentimos
las cosas que no vimos,
y las futuras que jamás veremos.
Sois la palabra incógnita y secreta,
que murmura el silencio en el oído
del pálido poeta,
cuando interroga lo desconocido...
Esa palabra que al romper su velo
es una Anunciación, predice un cielo
y nos abre las puertas de la inmortalidad.
¡Por vosotros, las sombras huyen avergonzadas
y la luz nos penetra, porque sois las miradas
de la Eterna Verdad.
Francisco Villaespesa (1877 – 1936)